Aparición en Moguer

Un campo de fresas de Moguer (Huelva) se ha convertido en atracción de fieles y curiosos que acuden a «ver» una imagen de origen «divino»

Cuentan que, en plena tormenta, un rayo partió el cielo y estalló ante unos asombrados jornaleros que recogían fresas en la finca del Alvitorjo, en Moguer (Huelva).

Cuando se acercaron, vieron el rostro de un hombre de mediana edad, con pelo largo y barba descuidada, dibujado sobre los plásticos que protegen el tesoro rosa de la comarca onubense.

Desde entonces, miles de personas han desfilado ante la extraña figura grabada en el plástico, junto a la que han levantado un pequeño altar de velas y flores. Sin embargo, los peregrinos no se ponen de acuerdo, y el presunto milagro se mueve aún en una curiosa indefinición que permite tanto rezar como arrancarse por fandangos: mientras unos ven a Jesucristo, otros se hacen cruces y aseguran que es el mismísimo Camarón de la Isla.

«Está muy claro: esta es la nariz y está mirando para allá». «No, este es el pelo, y debajo están los ojos». «Ten cuidado, hombre, le estás metiendo la mano en la boca». Varias decenas de personas se amontonan bajo las bóvedas de plástico blanco que cubren las fresas.

Algunas de ellas, elegantemente vestidas, murmuran devotas una oración con recogimiento digno de una catedral, mientras la mayoría entorna los ojos y explica a los demás su hipótesis sobre la interpretación de las manchas, acompañando sus afirmaciones con gestos amplios y seguros.

Muchos tocan el plástico y se santiguan. Otros besan las flores depositadas en el suelo. No cesa de llegar gente a ver el «milagro de la fresa» en una estrambótica procesión. Sea por fe o por morbo, unas cuatro mil personas se han acercado a la finca, una muchedumbre en la que se ve desde discapacitados físicos y psíquicos hasta niños vestidos de primera comunión.

El acceso en coche está colapsado por lo que se hace preciso habilitar un improvisado aparcamiento en un paraje cercano. Una pareja de la Guardia Civil observa la marea humana, que evita sin problemas las vallas de protección que ha instalado el Ayuntamiento de Moguer.

Acuden familias al completo: la madre afanándose en mantener el rumbo del carrito entre las matas de fresa, y el padre enarbolando solemne la cámara de vídeo.

«Pa mí que es el Camarón. Yo ya le ví ayer por la tele y era clavaíto». No hace falta, por lo que se vé, que el señor que tal afirmación realiza retire la cámara de su ojo derecho. «Niño, mira el "Cristo de la Fresa". ¿No lo ves, atontao?» Los camaronistas, en su mayor parte gitanos, debaten cortésmente con los que aseguran ver a Jesucristo.

Una tercera corriente, los que afirmaban ver al Ché Guevara, parece haberse disuelto por falta de adeptos, y es que en la tierra del fandango un mero revolucionario no es quién para hacerle sombra a Camarón.

Perdidos entre tanta discusión fisonomista, los trabajadores de la fresa intentan seguir con su trabajo ajenos a los milagros, que entre la sequía, las inundaciones y los franceses no ganan para sustos. «Es lo que nos faltaba, que nos pisen toda la finca», se lamentaba malhumorado José, cargador.

Con cara de pocos amigos, los conductores de los camiones de la empresa De la Corte aguantaban pacientemente a que la multitud abriera paso a su vehículo. Claro que otros celebran el acontecimiento: Miguel, propietario de la tienda de comestibles que habitualmente tiene a los jornaleros como únicos clientes, no para de vender cervezas y bocadillos.

«Aquí se va a formar una cosa como la del Palmar. Ha elegido a los más humildes y los más trabajadores para presentarse. Lo importante es la fe con la que viene la gente». Serenada la polémica sobre la interpretación de las manchas y la identidad del rostro, el «juicio teológico» de los visitantes es inevitable. «Aquí no hay nada de explosión de fe ni nada por el estilo, ¡hombre! Esto es una anécdota que no merece ni opinar sobre ello». Así de tajante zanja la curiosidad de EL MUNDO el párroco de Moguer, Manuel Castilla.

No es el único escéptico. Uno de los visitantes, más preocupado de ver la reacción de los peregrinos que de identificar la boca de la figura entre las manchas del plástico, parecía no confiar demasiado en los designios divinos al aportar su propia teoría sobre la barbuda aparición: «Para mí que es Mariano Rajoy», sentenció.

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